Es una pregunta que nos suelen hacer a los usuarios de calzado minimalista y aunque las respuestas puedan diferir de unos a otros, creo, que si en algo coincidimos todos, es en que nos apasiona.
No recuerdo cuando empecé a descalzarme al llegar a casa. Debía ser muy pequeño, porque tampoco recuerdo cuando empecé a hacerlo por necesidad ni cuando pasó a ser una costumbre. Por suerte no me reñían, a veces incluso me animaban a hacerlo. Algo raro, por la creencia popular que afirmaba que te resfriabas por andar descalzo. Por desgracia, hay quien todavía aún lo ve así.
«El tiempo que pasaba descalzo no compensaba las horas con aquel calzado»
Sentía alivio, a la vez que disfrutaba de notar el frío del suelo, de mover los dedos, de estirarlos y de encogerlos. Lo hacía de manera inconsciente y creo que también por necesidad, despues de andar todo el día con esas pesadas zapatillas de suela rígida que se llevaban entonces…y ahora.
Lamentablemente el tiempo que pasaba descalzo en casa, no compensaba las horas que pasaba con aquel tipo de calzado (deportivas, de vestir, de fútbol…), y poco a poco mis pies fueron perdiendo su forma original.
La cosa empeoró en la adolescencia cuando aparecieron aquellas botas de estilo militar. Por no hablar de las deportivas que, se estrechaban en la punta, apuntalaban mis arcos y elevaban mis talones, “por mi bien”. Se empezaron a acentuar los juanetes, aparecieron las durezas y las rozaduras, mientras los dedos se apiñaban. Pero no solo esto, también había perdido movilidad en los tobillos y flexibilidad en el arco plantar, por lo tanto estabilidad.
No era algo que me preocupara en exceso y vivía con ello. Supongo que asumía que era lo normal, mi cuerpo al crecer iba cambiando y mis pies no iban a ser menos.
«El calzado minimalista llegaba para poner en jaque las bondades del calzado convencional»
Todo empezó a cambiar el dia que un amigo me habló del calzado minimalista.
Aunque es una persona en la que confío y a la que doy crédito, no podía evitar sentir cierta desconfianza. Los argumentos eran de peso, pero ponían en duda aquello en lo que creía.
Claro, yo no conocía nada acerca del calzado minimalista y de pronto, llegaba para poner en jaque las bondades del calzado convencional, que la publicidad directa e indirecta se había encargado de instalar en mi cerebro.
«Con el calzado minimalista tuve que adaptarme a una nueva manera de andar y de correr»
A mí, que probar cosas nuevas no me suele dar reparo, me lancé directamente a por unas Five Fingers. Sí, iba a atreverme a probar el calzado minimalista y lo iba a hacer corriendo, transición mediante, con las zapatillas de dedos. A porta gayola.
Los primeros paseos resultaron agradables a la vez que cansados para mis pies. Realmente les estaba dando más trabajo del que estaban acostrumbrados a hacer, ya que, por aquel entonces, ni siquiera pasaba tanto tiempo descalzo en casa como solía hacer muchos años atras. De pronto había desprotegido la planta con una suela muy fina, había separado mis dedos y había dejado “al aire” a mi arco plantar. En definitiva, tuve que adaptarme a una nueva manera de andar.
«Me divertía mucho y además sentía mis pies»
Empezar a correr con calzado minimalista, lógicamente supuso un desafío mayor que el de andar y todas las sensaciones se multiplicaron. Me empapé todo lo que pude sobre la técnica de carrera natural y sobre cómo hacer un buena transición. No tuve prisa y, aunque casi siempre el cuerpo me pedía correr más, tuve paciencia y fuí aumentando las distancias poco a poco.
Como por aquel entonces no corría demasiado, no me costó mucho alcanzar mis marcas anteriores y en pocos meses estaba corriendo, en tiempos y distancias, lo mismo que antes. Eso sí, con diferencias. Me divertía mucho y además sentía mis pies.
Cuando llegaba a casa tenía las plantas fatigadas (claro, nunca habían corrido a sus anchas y a tan poca distancia del suelo) y sentía que, los musculos, tendones y ligamentos que forman la estructura del pie, habían trabajado. Recuerdo perfectamente ese “dolorcillo” agradable de las primeras semanas.
…Y llegaron las sandalias
Aparecieron las sandalias y esto supuso un giro, aún más brusco, hacia el calzado minimalista. Debido al buen tiempo que hace donde vivo, no resultaba demasiado complicado utilizarlas prácticamente todo el año y lo hacía tanto para correr, como para lo que se presentara durante el día a día. Poco después mi zapatero había cambiado y guardaba un modelo minimalista para cada ocasión, o casi, ya que algunas actividades como por ejemplo montar en bici, requieren de calzado especifico.
Después de un año más o menos, mis pies parecían haber despertado de un letargo, estaban más fuertes, más anchos, y mi postura, al igual que mi equilibrio, había mejorado considerablemente, resultado del aumento de mi rango articular.
Durante ese periodo de adaptación me dí cuenta de una de las diferencias entre corredores minimalistas y los que lo hacen con calzado amortiguado.
Mientras que los corredores que empiezan en el minimalismo, se preocupan de absorber toda la información posible sobre cómo hacer la transición, la técnica de carrera y qué trabajo especifico se debe realizar para fortalecer ciertas zonas, muchos de los que empiezan a correr y se lanzan a por unas zapatillas amortiguadas, no se preucupan por nada de eso y van aprendiendo sobre la marcha, no todos, claro.
«Afirmar que necesitamos refuerzos o elevar el talón para correr o andar, es como admitir que nuestros pies son defectuosos».
Aunque cada vez más personas se unen a esta corriente, otras muchas la consideran moda pasajera, casi negando que durante miles de años de evolución, andar descalzos y la utilización de este tipo de calzado, han convertido nuestros pies en lo que son. Hay incluso quien se atreve a afirmar que, aún teniendo unos pies sanos, necesitamos de refuerzos y elevaciones en el calzado para correr o andar, lo cuál es admitir que nuestros pies son defectuosos. Es fácil imaginar que, si utilizaramos durante todo el día unos guantes que mantuvieran nuestras manos en cierta posición, presionaran algunas zonas y limitaran la movilidad de nuestros dedos, estas posiblemente, acabaran atrofiadas. El exceso de protección debilita.
Como dije antes, cada día son más las personas que optan por el calzado minimalista y, afortunadamente, el número de podologos que recomiendan la utilización de este calzado, sobre todo en niños, también va en aumento.
Despues de todo este tocho, entederás que para mí el debate no existe y que la respuesta a la pregunta inicial está bastante clara. Sigo descalzándome cuando llego a casa, igual que cuando era pequeño y, cuando tengo que calzarme, lo hago con un calzado que respete la forma y movilidad de mis pies. Estoy convencido de que les estoy ofreciendo todo el respeto y la salud que se merecen.